“Quienes hayan asistido a un parto saben que todo nacimiento participa del orden del milagro” dice Carlos Gamerro. El nacimiento de una nación no escapa a ese orden y por eso, los 9 de julio celebramos tan fervorosamente el cumpleaños de la nuestra.
El recorrido desde la Revolución de Mayo hasta la Declaración de la Independencia fue arduo: saavedristas contra morenistas, la Junta Grande con los diputados del interior, el Primer Triunvirato, el Segundo, la Sociedad Patriótica, la Logia Lautaro, la Asamblea del año XIII, la Batalla de San Lorenzo… (Uff) Ante la imposibilidad de abarcarlo todo, recordaremos dos acontecimientos que esperamos nos sirvan para pensar el conjunto:
Primero, Waterloo. El 18 de junio de 1815, Napoleón Bonaparte cayó en la famosísima batalla, hecho que significó el final del Primer Imperio Francés. Esta derrota no sólo implicaba la restauración de la monarquía en Francia, sino también el restablecimiento de la monarquía borbónica en España con Fernando VII de vuelta al trono. Todo retrocedía. Había que actuar rápido y avanzar hacia la independencia, sin embargo los planes del Director Supremo, Carlos María de Alvear, iban en otra dirección: envió un emisario a Río de Janeiro con una carta dirigida a Lord Strangford, embajador británico en Brasil, en la que le “solicitaba el protectorado británico” y ofrecía “la sumisión de las provincias a la influencia de Gran Bretaña”. Incluso argumentaba que “las provincias deseaban pertenecer a Gran Bretaña y recibir sus leyes y gobierno, ofreciendo una completa entrega a la generosidad y buena fe del pueblo inglés”. Lejos de conseguir el protectorado británico, el efecto fue el opuesto: los ejércitos criollos se sublevaron ante el escándalo de esa gestión diplomática y por el caos generado, Alvear debió renunciar. Se convocó un congreso para definir la situación política de las provincias unidas del Río de la Plata. La sede elegida fue San Miguel de Tucumán. Querían sesionar lejos del Río de la Plata luego de la desconfianza que había generado la traición de Alvear.
El segundo hecho que recordaremos tiene que ver con la precisión necesaria para la escritura de un acta. El texto es célebre: “declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad unánime e indudable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. Sonaba bien, pero fue Don José de San Martín quien percibió la trampa: tal como estaba redactado, nada impediría que pasáramos a depender de cualquier otra nación poderosa. De ahí el famoso agregado posterior: “y de toda dominación extranjera”. San Martín viene a demostrarnos que ser un gran General militar es, principalmente, ser un gran lector.
Cerramos con lo que más nos gusta: ver cómo nuestro arte representa y construye nuestra historia:
- Luna tucumana (Atahualpa Yupanqui, 1957): clásico de clásicos. Nos sirve para homenajear a Tucumán, a Yupanqui y para cantar a los gritos. No dejen de escucharla en familia.
- El santo de la espada (Leopoldo Torre Nilsson, 1970): otro clásico. Resulta imposible separar la figura de José de San Martín de lo que recordamos los 9 de julio. El elenco es de antolgía: Alfredo Alcón, Evangelina Salazar, Lautaro Murúa, Héctor Alterio, etc.
- Acta de la independencia: texto completo del acta de la independencia firmada el 9 de julio de 1816 en San Miguel de Tucumán.
- Rap de la independencia (2012): Letra de Ingrid Beck y Fernando Sánchez, música de Leo Sujatovich e interpretación de Fito Páez. Para que canten y bailen todos y todas.
¡Feliz día de la independencia! ¡Viva la patria!
Me emociona el trabajo que están haciendo con las efemérides. Me da orgullo formar parte de esta escuela